The Bug · Angels & Devils

Es uno de los discos del año 2014 y no lo podíamos dejar pasar por alto.
Las numerosas idas y vueltas que ha tomado la carrera de Kevin Martin a lo largo de casi 30 años impiden que podamos resumir su obra en unos pocos conceptos claros y sencillos de comprender. Desde una perspectiva próxima, lo fácil sería decir que Martin es un productor interesado en la música jamaicana que está desarrollando, desde una idea de un Londres gris y parcialmente imaginario (por lo apocalíptico que tiene esa idea, una distopía aún no consumada), una perspectiva violenta y rabiosamente urbana para el dancehall. Pero decir eso -basándose en hits de London Zoo, su álbum anterior, como Skeng o Poison Dart– es quedarse únicamente con unas pocas piezas de un rompecabezas mucho más complejo. Incluso en 2014 siguen goteando matices estéticos que ya estaban en la música de Kevin Martin cuando grababa en los años 90 como God, Ice o The Sidewinder, y una huella que nunca se ha borrado es la del proyecto que mantuvo durante algo más de una década con Justin K. Broadrick, Techno Animal: esos rodillos de ritmo pesado saturado de bajos comatosos, siempre a media velocidad, con una envoltura de ruido aplastante. A veces el ruido aplasta menos, o la velocidad cambia de tempo para volverse más arrolladora o capaz de asfixiarte con su exasperante lentitud, pero esa sensación de amenaza ha estado siempre. Igual el concepto claro y sencillo que se necesita para resumir la música de Kevin Martin es, simplemente, ‘tensión’. Él siempre estira los límites.
Lo que ocurre es que desde que se inventó The Bug -y en paralelo también Razor X Productions-, lo que antes era una destilación muy pesada del dub, muy en la línea de aquellos productores neoyorquinos de la vieja escuela enfermiza como Byzar, We o DJ Spooky, pasó a ser una revitalización eufórica del raggamuffin. Incluso la propia evolución de The Bug como proyecto es una crónica de este cambio: el primer disco, Tapping the Conversation -una antigualla de 1997 editada en el sello illbient Wordsound, inspirada en la película The Conversation de Francis Ford Coppola- era una colección de resonancias y ecos para sesiones de psicoanálisis delirantes, y seis años después amaneció Pressure (Rephlex, 2003), un giro sorprendente hacia la escena grime de aquel momento, la de Mark 1 y Plasticman (aka Plastician). Luego llegó London Zoo (Ninja Tune, 2008), uno de los discos esenciales de los últimos tiempos para comprender el mapa sonoro de Londres junto con el primero de Burial, y Angels & Devils no puede escapar en ningún modo a ese capítulo paralelo dentro de la gran historia de Kevin Martin. Pero en este caso, hay un ingrediente añadido que no estaba en los dos últimos álbumes de The Bug, y que hace que esta tercera entrega – Tapping the Conversation no cuenta, en realidad- sea la más completa, la que mejor resume el proyecto y al artista.
Angels & Devils tiene una estructura como su título: en dos partes, una bondadosa y otra maligna. Durante los seis años que separan a London Zoo de Angels & Devils también ha ocurrido otra cosa, y es que Kevin Martin ha refinado su faceta más hipnótica y obsesiva en el proyecto King Midas Sound, uno de los mejores capítulos en la historia del trip hop urbano desde la irrupción de Tricky -hay momentos que recuerdan a la etapa del genio de Bristol circa Nearly God-. Así que la primera parte del disco suena como si fuera una selección de instrumentales pensados para King Midas Sound a los que finalmente se les ha decidido aplicar un tipo distinto de voz, menos obvia para incrementar el misterio, mientras que la segunda parte prolonga la línea de London Zoo con bangerz jamaicanos con una mayor carga de tensión que de violencia en bruto, con aportaciones de sus habituales Flow Dan y Warrior Queen. Esta segunda parte, aunque sea plenamente satisfactoria, no es sorprendente. Es, de hecho, lo que se espera de un disco de The Bug: métricas rítmicas exactas entre las que resuenan latigazos dub de textura industrial, a los que muy adecuadamente se ha engarzado una colaboración de Death Grips en Fuck a Bitch. La música de The Bug sigue golpeando sin necesidad de tomar carrerilla, es una vez más ese rodillo paciente que de lejos parece frenético, y que de cerca suena tan científico como una tortura en manos hábiles.
Es la primera parte -el primer vinilo, si se compra en formato físico- la que amplía el horizonte, sin embargo. En la primera pieza, Void, flota una voz que no es la habitual en los temas de King Midas Sound: más etérea, llegada de un plano dimensional distinto, alejada de las convenciones de la estética urbana. Es la de Liz Harris (Grouper). Ocurre algo parecido en Fall: hay un nivel mayor de toxicidad, de disociación de la realidad, gracias a Inga Copeland. Y lo mismo se puede decir de Save Me, una pieza de resolución más mística en la que Gonjasufi tiene mucho que aportar. Las dos tomas instrumentales, Ascension y Pandi, son incluso más ascéticas de lo que se le recuerda a Kevin Martin; Pandi incluso tiene el sonido de un órgano, como si fuera música de iglesia para el fin de los tiempos. Tras numerosas escuchas, y prestando atención a detalles casi inaudibles, Angels & Devils consigue despegarse parcialmente de la herencia reciente, la de London Zoo y el material de King Midas Sound, para presentarse como un avance: una reunión lógica de la energía del primero y la contemplación del segundo, una mezcla sutil de ambos lenguajes a la que se le añade, como si fueran gotas de un elixir mágico, una cucharada de religión. ¿El mejor disco de Kevin Martin? Quién sabe, pero sin duda es el que aspira a ser el más profundo.